Era la octava vez que salíamos en medio de ese centenar de viejos babeando. Nunca nos habían dicho que tendríamos ese tipo de público... Tal vez si nos lo hubieran dicho no hubieramos aceptado cantar en ese pub. O tal vez sí.
Como todas las noches anteriores nos cogimos de la mano antes de salir. No confíaba en nadie excepto en ella. No tenía más escapatoria; de lo contrario, habría enloquecido en ese antro. Mis pies temblaban una vez más. Mi maquillaje parecía haber encontrado su sitio en mi cara, pues, por más que me lo quitara todas las noches, empezaba a dejar su huella...
Francis pasó por mi lado dándome un cachete en el culo. Lo odiaba. Tragué toda mi ira y salí tirando a Anna de la mano.
Empezaron a gritar como locos depravados. Decían todo tipo de vulgaridades. Quién iba a decir que mi sueño de cantar acabaría en esto. Mientras que oía todas esas blasfemias seguía pensando... En que ya no me creía nada. Tanto que me vendieron que ése era mi sueño, que lo tenía que perseguir... No sé si hice mal las cosas, pero me sentía tan impotente que empecé a pensar que este no era mi sueño. Un sueño no es aquel que te hace perder tal dignidad que empiezas a pensar que ya no eres persona... Para nada.
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